domingo, 12 de agosto de 2007

Inesperado y previsible.

El tono y la propuesta de su llamada me dio alguna pista pero solo era una posibilidad más. También podría ocurrir como otras veces y que el encuentro terminara por los cerros de Úbeda. Sin embargo, desde el primer momento supe que esta vez era diferente y no dudé en cual sería ni su finalidad ni su resultado. Tras unos escarceos formales se produjo la reconciliación de manera explosiva. El vuelco se ha dado y comienza una nueva etapa ilusionante aunque con una dura y delicada tarea por hacer: aceptar los hechos pasados sin rencor y sobre todo exprimir todo cuanto de positivo ha tenido la experiencia de la separación, tanto para cada uno de nosotros como para la pareja que volvemos a formar. Me digo que después de lo que he pasado, a este toro, el sentido de superación de mis recelos, lo toreo yo.
Creo que no tengo que justificar nada, ni a mi mismo ni a los demás, solo hacer lo que deseo, que no hace mal a nadie y sí feliz a mucha gente, y ya está. Pero sí puedo explicármelo mejor, o al menos construir un razonamiento que me parezca sincero, verosímil y coherente. Lo primero es que siempre me he sentido enamorado de mi mujer, ya puedo volver a utilizar el término, e incluso en los momentos más complicados creo haberla aceptado como era en su conjunto, aunque me resultaran difíciles determinadas facetas de su personalidad, como a todo el mundo le puede ocurrir en sus relaciones. Igual le pasa a ella conmigo.
Eso es lo primero y principal. Lo segundo, casi lo mismo que lo anterior, es que no he dejado de quererla, aún cuando hemos estado más alejados. Se lo he tratado de demostrar con gestos, muchos de los cuales, ahora me entero, no le habían llegado, otros sí. Tercero que, aunque no he tratado activamente de encontrar una nueva pareja, no podía evitar plantear esa posibilidad con las mujeres que he conocido. Les he encontrado pegas insalvables a la mayoría. En relación a eso, prefiero volver con una persona cuyos defectos conozco que con otra que solo los intuyo. Cuarto, con esta decisión hacemos felices a mucha gente que nos quiere, sobre todo a nuestros hijos. Quinto, puestos ha convivir con una mujer con hijos, que es lo habitual en mi segmento de edad, prefiero que sean los míos. Que cada uno eduque y aguante a sus adolescentes que yo ye he pasado por eso. Sexto, me ahorro un montón de problemas legales y económicos, que esto del divorcio parece fácil pero cuando hay hijos y algo de patrimonio, con sus deudas, es un lío de mucho cuidado y además muy caro, por los abogados. Podría seguir concretando puntos hasta completar una cifra bonita que permita un titular como diez, doce, veinte, noventa y nueve razones para reconciliarse, pero no hace falta.
En definitiva, me siento feliz y optimista, a pesar de que el camino es largo y duro. Creí que lo más complícado iba a ser aceptar que ella ha vivido su vida este tiempo con más intensidad que yo la mía -sin duda porque lo necesitaba más- pero no está siendo así, sin que por ello la cuestión me deje indiferente ni mucho menos. Lo que más me obsesiona es resolver los atranques que teníamos antes de dejarlo, los cuales empiezan a manifestarse inmediatamente. Me noto más maduro y más seguro ante ellos, y con más capacidad para responder adecuadamente, aunque a veces la situación se me halla escapado momentaneamente de las manos.
La otra clave es construir nuestra vida rutinaria común de manera que se compagine con espacios propios, puntualmente compartidos si se tercia. Eso es vital para dar el necesario aire a la relación. En ese sentido, no solo no vamos a cerrar nuestros respectivos círculos de amistades sino que pretendemos completarlos y consolidarlos, con la conciencia de que si no es así, se puede entrar en la misma dinámica que tan mal nos fue antes.
Y eso es lo que hay. Las personas más cercanas que nos quieren nos animan y confían en nuestro éxito. Los que tienen más recelo, espero que lo olviden y que todo sea como antes, bueno, mejor, mucho mejor. En esa faena estamos.

domingo, 5 de agosto de 2007

Deprisa, deprisa


Los días pasan como una exhalación. Miro la última entrada al blog y hace ya una semana que no aporto nada nuevo aunque parece que fue ayer. Perece que fue ayer asimismo cuando pasaron un montón de cosas, tantas que es difícil recordarlas y asimilar su significado en toda su magnitud. Tal acúmulo de experiencias sobrevenidas te hace pasar por encima de los hechos en vuelo rasante, sin plena conciencia de los mismos, o mejor dicho, con una consciencia intermitente, como esas tormentas de verano que descargan sin piedad en medio de un tiempo soleado –bueno, de un verano lluvioso en el norte o en Escocia, dada la frecuencia de los aguaceros-.
Otras experiencias posteriores, nada especial, momentos sencillos pero revalorizados ahora, van sucediéndose, al principio esporádicamente, ahora más a menudo, y van vislumbrando nuevos caminos. Esa convivencia con dos amigos en el apartamento de la playa, esas sardinas en su punto en el chiringuito, ese paseo entre guiris de mil nacionalidades, esa visión de una jovencita casi irreal y casi desnuda con el suave batir de las olas en la arena como fondo, esa cervecita prohibida y fresquita a la hora de más calor… ese libro sin fin, esa mujer que es amorosa con tu amigo, pero simpática contigo, una serie de vivencias que ahora dan consistencia a mi espacio y mi tiempo presente. Un tiempo que, como siempre, transcurre, pasa, se va, vuela, se pierde, se gana, se para… no, no se para, va deprisa, deprisa -dicen los viejos que a más edad, más rápido- y no hacemos nada por retenerlo.
El paso del tiempo forma parte de la esencia de la vida, es una obviedad, pero hay muchas formas de vivirlo. Conozco a una persona que ha logrado dominarlo, al menos parcialmente, y ha conseguirlo agrandar los instantes, como se estiran los mejores chicles, varias veces al día. Cada vez que tengo noticia suyas me suele describir este pequeño milagro. Es algo tan fácil como contemplar. Ese verbo encierra no solo un acto sino una actitud que implica hacer propio lo que esta fuera de un mismo. Para lograrlo, hay que liberarse del ritmo rápido que nos obliga a mirar sin ver, a oír sin escuchar, a inspirar sin oler, a deglutir sin degustar o a palpar sin acariciar ni sentir. Cuando la persona amiga lo consigue, se siente satisfecha para el resto del día, aunque no siempre ese día resulte sosegado.
Yo tengo que agarrar al tiempo por los huevos y disponerme a reflexionar, a madurar el sentido y la trascendencia de todo lo que está aconteciendo, para que una vez entendido y asumido, constituya un pilar sólido sobre el que basar un nuevo proyecto de vida. Me preocupa cerrar en falso esta etapa y no ser capaz de vivir con satisfacción la siguiente. Es lo que le suele pasar a la gente que va deprisa, deprisa.