domingo, 5 de agosto de 2007

Deprisa, deprisa


Los días pasan como una exhalación. Miro la última entrada al blog y hace ya una semana que no aporto nada nuevo aunque parece que fue ayer. Perece que fue ayer asimismo cuando pasaron un montón de cosas, tantas que es difícil recordarlas y asimilar su significado en toda su magnitud. Tal acúmulo de experiencias sobrevenidas te hace pasar por encima de los hechos en vuelo rasante, sin plena conciencia de los mismos, o mejor dicho, con una consciencia intermitente, como esas tormentas de verano que descargan sin piedad en medio de un tiempo soleado –bueno, de un verano lluvioso en el norte o en Escocia, dada la frecuencia de los aguaceros-.
Otras experiencias posteriores, nada especial, momentos sencillos pero revalorizados ahora, van sucediéndose, al principio esporádicamente, ahora más a menudo, y van vislumbrando nuevos caminos. Esa convivencia con dos amigos en el apartamento de la playa, esas sardinas en su punto en el chiringuito, ese paseo entre guiris de mil nacionalidades, esa visión de una jovencita casi irreal y casi desnuda con el suave batir de las olas en la arena como fondo, esa cervecita prohibida y fresquita a la hora de más calor… ese libro sin fin, esa mujer que es amorosa con tu amigo, pero simpática contigo, una serie de vivencias que ahora dan consistencia a mi espacio y mi tiempo presente. Un tiempo que, como siempre, transcurre, pasa, se va, vuela, se pierde, se gana, se para… no, no se para, va deprisa, deprisa -dicen los viejos que a más edad, más rápido- y no hacemos nada por retenerlo.
El paso del tiempo forma parte de la esencia de la vida, es una obviedad, pero hay muchas formas de vivirlo. Conozco a una persona que ha logrado dominarlo, al menos parcialmente, y ha conseguirlo agrandar los instantes, como se estiran los mejores chicles, varias veces al día. Cada vez que tengo noticia suyas me suele describir este pequeño milagro. Es algo tan fácil como contemplar. Ese verbo encierra no solo un acto sino una actitud que implica hacer propio lo que esta fuera de un mismo. Para lograrlo, hay que liberarse del ritmo rápido que nos obliga a mirar sin ver, a oír sin escuchar, a inspirar sin oler, a deglutir sin degustar o a palpar sin acariciar ni sentir. Cuando la persona amiga lo consigue, se siente satisfecha para el resto del día, aunque no siempre ese día resulte sosegado.
Yo tengo que agarrar al tiempo por los huevos y disponerme a reflexionar, a madurar el sentido y la trascendencia de todo lo que está aconteciendo, para que una vez entendido y asumido, constituya un pilar sólido sobre el que basar un nuevo proyecto de vida. Me preocupa cerrar en falso esta etapa y no ser capaz de vivir con satisfacción la siguiente. Es lo que le suele pasar a la gente que va deprisa, deprisa.

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