lunes, 16 de julio de 2007

De vacaciones


Las primeras vacaciones después de la ruptura son tan inquietantes como la primera navidad o el primer fin de año, pero para esto todavía falta tiempo. En pleno mes de agosto, con el trabajo oficial casi terminado, uno se plantea cómo serán este año. En veranos anteriores siempre fuimos el mismo grupo de matrimonios amigos al viaje que proponía, con más o menos consenso, el que hacía de líder. Aunque había “peros”, al final el resultado era positivo y se volvía a repetir. Eso se acabó.
Este año coincide con todo el maremoto de la separación: acuerdos patrimoniles, tramites, adaptación a las nuevas circunstancias e incertidumbre económica, todo aún sin resolver. ¡O sea que para vacaciones está el patio!. Pero algo conviene hacer, que la cabeza y el animo no están para mucho abuso.
¿Tiene usted cerca un parque con un estanque, o un río o un lago?. Pues acérquese por sus alrededores con espíritu de veraneante. Ese sitio será el Zamora Costa o el Ciudad Real Costa del que dispondrá. Paséese con atuendo playero -ahora creo que se llevan los pantalones pirata- y sienta la brisilla refrescada por el agua como si estuviera en Punta Cana. Siéntese en esa terraza omnipresente y deléitese con su bebida preferida. Si entorna los ojos se transportará al paraje de sus sueños.
Adéntrese al inevitable barrio turístico de su ciudad y trate de incorporarse a un grupo al que el guía le explica el monumento. Se asombrará de lo poco que sabe de su propia ciudad. Entre en la oficina de turismo, diga que viene de Finlandia –no se lo creerán pero que le demuestren lo contrario- y, de lo que le propongan, seleccione una iglesia románica por cada tres bares con encanto. Recórralos con cara de asombrado y entre en las tabernas pidiendo lo más peculiar del establecimiento. Verá como aun se puede sorprender. Localice ese pueblo con sabor añejo que está entre treinta y setenta quilómetros de su ciudad y programe una visita en autobús de línea. Adquiera el billete en la cola, como todo el mundo, y trate de identificar una compañía grata para el trayecto. Una vez allí, andurrée el lugar y tapee en las tascas como si estuviera en la más recóndita ciudad de Europa. Pregunte a los lugareños donde se come bien y sin pamplinas y pruebe la especialidad del lugar. Tome fotos y hágase retratar con la iglesia mayor al fondo. La sensación será muy parecida a un viaje exótico por Tahilandia y no hay color en el precio.
Otra opción es que alguien se lo pague. Si es docente y tiene algo que enseñar, puede hacerse invitar a un curso de verano en otra ciudad y acudir como profesor, siempre a gastos pagados, claro. No está mal, aunque haya que currar algo. Si enseña poco, o lo que no debe, o no se cotiza, todavía puede hacerse contratar por alguna persona con dificultades físicas que quiera viajar, como acompañante y ayuda. Negocie con el algunos días libres en ese tiempo. Hay otras soluciones, pero podrían ser tildadas de indecorosas y no las vamos a mencionar.
Dos puntualizaciones. Una: es mejor ser viajero que turista, estar y vivir el ambiente que seguir un programa impuesto. Y otra: no minusvalore los pequeños rincones cercanos, mucha gente viene de muy lejos para disfrutarlos.Tampoco hace falta un largo periodo de descanso. A veces con algunos días sueltos también se para el ritmo, que es de lo que se trata.
De momento no me preocupan mis vacaciones de este año, entre otras razones porque tengo asuntos más urgentes e importantes de los que ocuparme, lo que no quiere decir que tenga ganas ni ánimo para afrontarlos. Si no surge un buen plan, me quedaré durmiendo hasta las diez y después seguiré en la cama leyendo, a ser posible un buen libro de viajes. Es casi tan divertido como realizarlos uno mismo, pero menos cansado y no le pican los mosquitos. ¡Buen verano!

No hay comentarios: