miércoles, 25 de julio de 2007

No me resigno

No acabo de sustraerme al veneno del teclado. A fin de cuentas es un modo de proyectar, por lo tanto de descargarte, del cúmulo de sensaciones y sentimientos que te desborda, y una manera de poner en claro, al menos en principio, el torbellino de pensamientos que te bulle. No tengo empacho pues en desdecirme de lo que dije ayer y seguir escribiendo cuando me apetezca o lo necesite con la misma libertad que los escasísimos lectores tienen de dejar de leer este espacio cuando no les interese. Y quede claro que les tengo a todos un gran respeto e incluso afecto, en diferente grado eso sí, pero en ningún caso desprecio. Al hilo de esto, hay que recordar que con frecuencia coinciden sentimientos encontrados. Se puede estar dolido con una persona, pero tener un fondo de aprecio y respeto hacia la misma. Incluso a veces se le atribuye una justificación, real o ficticia, para superar el resentimiento que produce una actitud contraria. Generalmente te tachan de tonto, pero yo creo que no es así porque el destrozo que produce la mala leche es mucho peor que lo que se pierde con ese autoengaño. Además, cuando se está dolido y se actúa en consonancia, se suele entrar en una escalada de agresiones -el efecto de acción-reacción- que termina haciendo mucho daño a todos. Cuando dos se dan de hostias, no gana el que da más. Pierden los dos y muchas veces se escapan algunas para los de alrededor, en este caso muchas.
El proceso de separación está yendo peor de lo necesario. Todo el mundo te dice que es lo habitual y que pasado un tiempo se normalizará, pero yo no me resigno a que sea tan doloroso. Analizando mis posibles responsabilidades en este estado de cosas, las de la otra parte ya lo hará ella si lo estima oportuno, creo que el principal problema es que he permitido que una acto en principio positivo como el comunicar a la gente cercana por medio de un texto los sentimientos y experiencias que surgen de esta vivencia, y que para mí ha constituido un recurso esencial para batirme contra la depresión, sea interpretado, a veces con motivos, como un elemento de agresión y de manipulación. Cuando las partes están con la sensibilidad a flor de piel, preocupadas por el día después en lo económico y con sus propios conflictos derivados de la percepción de las consecuencias de sus decisiones, era de esperar que estos textos no fueran indiferentes. Es evidente que he pecado de ingenuo, una constante en mi vida, y puede que en el fondo fuera en parte consciente de las reacciones que iba a provocar y no lo haya evitado pudiendo hacerlo, o lo haya hecho tarde.
Otro gran fallo, más difícil de impedir, ha sido permitir que los hijos se conviertan en un campo de batalla. Explicar la posición propia a los hijos adultos y no ser manipulador, en el sentido de no influir, es muy complicado. Otra cosa es mentir, que eso es intolerable y además se suele volver en contra de quien lo hace. Cuando ese “explicar la posición propia” va cargado de sentimientos, es más difícil aún evitar la influencia. En este apartado no estoy muy orgulloso de cómo he llevado el asunto, aunque si he tratado de no faltar a la verdad.
Por lo demás, no tengo una especial apetencia material, a la vista está, pero sí me preocupa el sustento de todos, el de mis hijos, el mío propio e incluso el de la otra parte, por más que esta no parezca entenderlo así. Es verdad que se da una gran recelo mutuo en esta cuestión. Estoy convencido de que en gran medida es por influencia de terceros, no en mi caso, y el problema es que cuanto más miedos se ponen encima de la mesa más dificultades se generan y lo que era una cuestión sencilla, se hace complicada por tanto querer asegurarla. Y cuanto más complicado, más inseguro.
No todos son fallos. Creo que estoy siendo escrupuloso con el respeto de la vida privada de la otra parte –en otros procesos se dan muchos casos de intromisión grave- a pesar de lo rápido que transcurren los acontecimientos, y trato de que no haya dificultades económicas, al menos no más que las mías.
Somos humanos, por lo tanto con el derecho de equivocarnos y de pedir perdón una y otra vez. Yo hasta el quinto intento serio no he dejado de ser obeso, espero que este sea el definitivo, pero si volviera a recaer, lo volvería a intentar. En esto solo cabe la reflexión, el reconocimiento y la rectificación, con la esperanza de que la otra parte haga lo propio en lo que le toque. A ambos nos interesa.
Personalmente ando a hostias contra la depresión, y hay días en que creo que voy ganando. Ayer fue uno de ellos porque decidí combatir el abatimiento con actividad, y no paré en todo el día. Hoy trataré de hacer lo mismo. Entre añoranzas y melancolías, intentaré resolver algunos de los muchos problemas que nos acucian.

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