jueves, 5 de julio de 2007

Los hombres no lloran

Los hombres no pueden llorar en este blog, y como son cabales, lo cumplen. ¿Cómo lo logran? Cuando cada día te aprieten las tuercas un poco más, las anginas de la exigencia te angosten el respirar, la losa del reproche y la culpabilización te rompa los costillares y la bota del exceso te aplaste la cara contra el suelo, cuando además la tuerca, las anginas, la losa y la bota están cargadas de un pasado idílico que se prolongará en los tiempos de la desesperanza y en los espacios de la nostalgia, solo puedes hacer una cosa: caminar, caminar, no parar de caminar.
Tu mirada estará perdida, ¡mira con descaro!, tu espalda tenderá a curvarse, ¡saca pecho!; tu respiración será tenue, ¡respira hondo!; tu corazón latirá sobresaltado, ¡templa el ritmo! tus pasos serán indecisos, ¡imprime fuerza!; tus pies irán arrastrándose, ¡pisa firme!; tu voz sonará sorda, ¡haz vibrar el timbre y pronuncia claro: VOY A SALIR DE ESTO!
Recorre calles y plazas, observa el contorno de los tejados contra el cielo, intuye el ánimo de la gente que se cruza, contempla la lucha del árbol contra el cemento, del pájaro contra la reja, del viento contra la ropa tendida, de la naturaleza contra la cultura. Sumérgete en el mundo que te rodea y flotarás en ese agua densa que te alcanza el cuello. Agua que antes fue torrente limpio y revoltoso, y que algún día será manantial sereno. Si por un momento no puedes reprimir el llanto, oculta tu rostro entre las manos y límpiate rápido las lágrimas, será como si no hubieras llorado, sino solo un mísero gemido que se escapó del pozo triste semioculto tras el telón de tu gallardía.
Encamina luego tus pasos hacia el retiro, el amigo, el hermano, el padre o el hijo, pero llega ya con sosiego, disipa antes tu angustia a través de tus zapatos, llévales algo de la brisa fresca que encontraste por las calles, aire que ragalará tus pulmones tanto como los de ellos. Platica amable y sincero y déjate guiar hasta le lugar de reposo que siempre tienen para ti. Mañana será otro día y quizás las aguas bravías se remansen, la bota suavice su suela, la losa se aligere, las anginas empequeñezcan y la tuerca cambie su giro. Hay que tener esperanza. La esperanza aplaca la tristeza. Y la tristeza puede hacer llorar y en este blog los hombres no lloran.

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