domingo, 1 de julio de 2007

Controlando el ritmo.


Ayer fue el día después de un día duro, pero había dormido algo mejor que otras veces, cosa inexplicable. Los motivos y detalles, no caben en este blog. Por la mañana acudí a la natación más descansado y sobre todo, más tranquilo. Entré en el agua con cierta familiaridad todavía recelosa, pues mi ambiente natural ha sido siempre de secano. Tras los estiramientos, acometí el primer largo sin mucha bravura, como una tarea rutinaria que hay que hacer, y empecé a bracear a buena marcha, ni rápido ni lento. Cuando estaba cerca del final vi que no sentía esa angustia de otras veces por llegar, y decidí volver sin hacer pausa, cosa inaudita en mi caso, ya que tengo menos fondo que una lata de anchoas. Toqué el borde y tras respirar hondo emprendí el regreso. A la vuelta me fui notando cansado pero supe que llegaría bien. Ya en los últimos metros tuve que apretarme un poco y terminé con el corazón dando zambombazos, como cuando en los primeros intentos de terminar un largo me quedaba a la mitad. Después seguí mi plan de entrenamiento sin problemas ¿Y a que viene todo esto? A que este pequeño logro, o grande, según se mire, se debe a dos circunstancias relacionadas: que voy cogiendo más resistencia fruto del trabajo constante, y que he ido a un ritmo más tranquilo.
Una clave esencial en la vida es el ritmo con que se vive. Si nosotros controlamos la velocidad de la secuencia de acontecimientos diarios, podremos asumirlos de manera natural, e ir resolviendolos sobre la marcha. Así mismo, si marcamos la cadencia de nuestros impulsos vitales, incluyendo el latir de nuestro corazón, nos estaremos otorgando el poder de manejar el devenir de los sucesos, que no vienen impuestos en su totalidad, o al menos el de responderles de manera más calma y segura. Junto al buen estado de ánimo, el control del ritmo de nuestra vida, desde el palpitar cardiaco hasta el fluir del pensamiento, es un elemento básico para atravesar situaciones difíciles.
Cómo hemos dicho alguna vez, ¿Qué fácil es decirlo, no? Pues se puede, lo que pasa es que no de manera perfecta desde el principio. Toda nueva habilidad requiere aprendizaje y todo aprendizaje, tiempo y constancia.
Una característica de la sociedad actual es la rapidez con que nos llegan los estímulos de todo tipo, sobre todo a través de los medios de comunicación, los cuales terminan suplantando la vida real. De alguna manera estos trasladan a nuestro quehacer diario la compulsión que rige sus emisiones. La llegada de imagen tras imagen, dato tras dato, mensaje tras mensaje, no nos permite reflexionar, solo engullir lo que nos mandan, que es lo que pretenden, que consumamos sin decidir. De la misma forma, en nuestro día a día nos programamos un horario muy por encima de nuestras posibilidades de disfrutar lo que hacemos, de integrarlo como una tarea enriquecedora, de vivirlo como algo propio. Y también de esa forma, nuestra mente se desboca sin asumir ni resolver los sucesivos problemas –en la acepción normal, no en la dramática- que ese frenesí nos impone. Esta situación es insostenible, o en el mejor de los casos se cronifica y nos lleva a una vida arrastrada donde poco tenemos que decidir, por lo tanto apenas nada podemos vivir de lleno.
Vivir de lleno lo cotidiano es una forma de plantear lo mismo. Para ser consciente de que me estoy comiendo una manzana, he de contemplarla, saborearla, deglutirla y dar un margen de sosiego para que se inicie una buena digestión y para eso necesito centrarme un poco en esa acción y dejar de lado otras. Quien dice una fruta, dice escuchar a alguien, responderle de manera adecuada, acometer una tarea, tomar una decisión, etc. Para todo eso hace falta que mi mente y mi organismo trabajen al ritmo que le permita su capacidad, no al que le obligen desde fuera.
Por tanto, hay que saber que podemos ejercer en buena medida cierto control sobre los estímulos que nos llegan y sobre la respuesta que les damos. Hemos de tratar de marcar los tiempos, mentales más que cronológicos, de los actos que componen nuestra vida.
Estos argumentos parecen tan obvios que no necesitarían ser comentados, pero nos lo tenemos que recordar porque lo olvidamos continuamente. Hay cosas que olvidamos y deberíamos recordad y otras que no paran de dar vueltas en la cabeza y que habríamos enterrar en lo más profundo de nuestros pensamientos. Pero de eso no quiero hablar ahora, porque no cabe en este blog.

No hay comentarios: