sábado, 7 de julio de 2007

Espacio propio


Por primera vez en esa historia he conseguido un espacio físico propio de uso personal. Tiene aún todas las limitaciones del mundo, en distribución y equipamiento, algunas muy importantes, pero lo tengo disponible a cualquier hora del día: es el embrión de mi nuevo hogar. Me he sentido tan a gusto que apenas he salido a la calle, lo que va en contra de mis objetivos de socialización, aunque también es bueno vivir la soledad, como dice mi amigo Antonio.
De un una moderna tienda he traído varios mueblecillos a precio de risa -la calidad va de justita a mínima- con los que he compuesto una especie de estudio adaptándome a la disposición que tiene el recinto debido a su uso anterior. Ni soñar con reformas en este momento, hay que echarle imaginación y obtener el máximo rendimiento con la mínima inversión y esfuerzo. Ambos, recursos y ganas de trabajar, están justos y he de aplicarlos a terminar de adecuar otro espacio destinado a usos profesionales, que es el que realmente nos sostiene económicamente a todos los implicados en este tema.
Incluso con un mobiliario modestísimo, me siento feliz al disponer de un sitio donde dormir cuando tenga tiempo y ganas (a la falta de sueño se le unía la de un sitio sin condicionantes), organizar mis cosas (hasta he extraviado muchas por el descontrol), leer un buen libro (hábito que estaba perdiendo), escribir (que mantengo a duras penas), ver cine o documentales (que apenas hacía ya), estudiar (llevo meses sin enfrentarme a un texto científico) o estar sin más, añorando o ensoñando, a partes iguales, viendo a través de la mirada perdida en el techo las escenas vividas y por vivir, idealizándolas, recreándolas, agarrado a esa fe perruna de que todo irá como tiene que ir, en el más amplio y positivo sentido de la expresión. Soy hombre de fe, no en Díos, que si existe está en lo suyo, sino en los demás y en mi mismo, y esa fe no me la destruye nadie.
Este miniproyecto de vivienda –mínimo teniendo en cuenta los recursos- también exige planificación. La primera intención fue reformar el piso para sacar al máximo sus posibilidades, pero ahora no es el momento. Así que he sustituido el catre, que guardo con cariño porque nunca se sabe si hará falta otra vez, por un sofa-cama de saldo, luego me he provisto de mesa y sillas de oferta, un armario pequeño y barato, una estantería de plástico y pare de contar. Lo siguiente será plancha y planchero, tostadora y microondas. Cocina, frigorífico, y lavadora son palabras mayores, pero todo se andará. De momento se van comprando los alimentos al día o se come fuera, y se lava a mano o se sigue recurriendo a los familiares, que se sienten muy útiles con ello. Una vez montado y ordenado, provisionalmente, pues habrá que hacer alguna chapuza inevitable y pintar todo, lo he contemplado satisfecho, dándome cuenta que tampoco hace falta mucho para estar a gusto. Hace unos días oí en un programa de radio que el dueño de una multinacional había vivido los últimos años de su vida, por voluntad propia, en una estancia donde solo había un edredón encima de una estera en el suelo.
Siento que este es un espacio propio pensado para vivir solo. Hoy no contemplo la idea de establecer un pareja estable que exija un lugar para ser compartido y presiento que es un criterio firme. Me veo alternando momentos en soledad aprovechada y de compañía gratificante. Aceptar ese tiempo de retiro puede ser un signo de adaptación a las nuevas condiciones impuestas. Ahora estoy viviendo un momento así, sin ansiedad. Me quedaría aquí el resto del día si no me hubiera comprometido a ir a un encuentro social del que no espero nada, que es la mejor forma de encontrarte con una sorpresa. A partir de ahora me interesaré por las revistas de decoración o por la dotación de las celdas de los conventos de clausura, ya iré decidiendo. Mientras tanto, aquí tienen ustedes su casa, para lo que les haga falta.

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