sábado, 16 de junio de 2007

Amor y sexo


Cada persona tiene un bagaje de vivencias distintas. No todo el mundo ha conocido de todo ni mucho menos, ni tiene que ser así, solo faltaría. De hecho, parece que la sensación de algunas personas adultas de que no han tenido las experiencias por las que supuestamente tendrían que haber pasado, les pueden hacer buscarlas de manera forzada y quizás a destiempo. Yo confieso que entre las muchas que no he conocido está la del sexo sin vínculo afectivo, ni falta que me ha hecho hasta ahora. Que recuerde, mis no excesivas relaciones de índole sexual antes del matrimonio lo fueron con chicas por las que creía sentir una atracción afectiva: enamoramiento, amor, cariño o lo que fuera. No fueron muchas entre otras razones porque en aquellos tiempos no se entendía esto como ahora parece ser. Después, fue prácticamente en exclusiva con mi mujer, y siempre me sentí satisfecho, aún después de tanto tiempo. Tampoco tengo que avergonzarme por esa fidelidad, digo yo, así hay con seguridad muchísima gente.
Bueno, pues una de las cosas de que se preocupan tus amigos –varones- es el de cómo dar rienda suelta a tus pulsiones naturales, como si las hormonas a los casi cincuenta fueran las de los dieciocho. En seguida se buscan soluciones de compromiso que básicamente son dos: las profesionales y las promiscuas vocacionales. La primera, no se, lo veo como un fracaso a la capacidad de establecer relaciones sin incentivos crematísticos por medio. Algunos lo toman como terapia antiestrés, buena forma de justificarlo, pero serán los altos ejecutivos que pagan con la Visa Oro de la empresa. La segunda se entiende mejor, en tanto que la relación es igualitaria y la decisión compartida, se supone. Ambos van a lo mismo y con los mismos intereses. Así que las relaciones esporádicas sin apenas preámbulo previo, con personas a las que apenas se conocían antes, están a la orden del día. Pero yo no me adapto. Más aún, cuanto más me entero de lo general que es esta tendencia más me escandalizo, y se que con ello estoy quedando en ridículo para gran parte del personal, que pensará que me he “caído de un guindo”, como dicen en mi pueblo al que desconoce la realidad de la vida. Todo el mundo te dice: ahora las mujeres están peor que los hombres, antes eran ellos los que tomaban siempre la iniciativa pero ahora cualquiera lo hace. Pues tengo un problema.

Lo primero es que, aún hoy, no concibo una relación sexual si no es como clímax de un fuerte sentimiento afectivo hacia una mujer. Simple y antiguado, pero tan es así que pienso que lo contrario resultaría al final muy insatisfactorio. ¡Ojo, no pertenezco a cierta orden religiosa integrista muy extendida en nuestro país!
Lo segundo es que tengo muy arraigado el sentimiento de fidelidad y de exclusividad en esta cuestión, y el saber que mi posible compañera se prodiga fácilmente me perturba en extremo. Me imagino que esa tendencia, que enlaza con la idea de pertenencia mutua, que hoy es políticamente incorrecta, debería de ser superada porque cada persona, en el uso de su libertad, puede establecer los enlaces que desee. Pues yo estoy ahora por usar mi libertad para rechazar el ayuntamiento carnal (vieja expresión decimonónica, ya que vamos de eso) con personas que hayan usado la suya para lo que estamos comentando. Puede que me haga falta un curso intensivo, urgente y acelerado de actualización en las relaciones afectivas a principios del XXI. Pero también es posible que otra mucha gente todavía piense como yo y me pueda ahorrar el aprendizaje, que para eso prefiero estudiar inglés, que fui de francés y tampoco aprendí este idioma.
Así que soluciones. Al problema hormonal, tranquilidad y tratamiento clásico y natural. A las relaciones con la gente del sexo opuesto, ratitos simpáticos, ambiente agradable, actitud galante -todavía quedan caballeros, aunque aún nos quede mucho de patanes- tono cordial y sincero y reírse un poco de todo sin ofender, todo lo contrario, a la compañía. Que cuando se despida a la dama –hoy mujer libre y autónoma- en la puerta de su bloque de apartamentos, ambos nos quedemos con un regusto a buen rollo, que no a “rollito”, y con ganas de volver a quedar. Tiempo habrá de subir la escalera, cuando no solo lo pida la testosterona sino el corazón, o las entrañas, que no está claro donde se ubica el cariño. Y eso es lo que hay.

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