jueves, 14 de junio de 2007

Nueva pareja.


Cualquier proceso es un discurrir continuo donde el que piensa en él marca unas etapas para entenderlo mejor. Unas veces esos límites se fijan en hechos más o menos tangibles y otras se definen arbitrariamente en un punto intermedio de un periodo que se reconoce con características propias. Si durante un tiempo aparece un elemento significativo nuevo y poco después desaparece otro, se podría determinar que entre ambos sucesos se sitúa el fin de una etapa y el comienzo de otra. Esta breve disquisición epistemológica me sirve para tratar de determinar si realmente yo estoy pasando alguna página, aunque sea fina como la de las biblias, o no. En realidad da casi igual, porque lo importante es el camino y no los hitos que lo jalonan, pero gusta tener alguna referencia. Creo que estoy atravesando una zona de cambio en esta progresión, que podría denominar como de apertura social y que se define por una mayor interrelación con las personas de mi entorno.
En lo íntimo no voy a entrar, como he prometido en el inicio de este blog, pero baste decir que los cambios en los sentimientos después de convivencias que ocupan más de la mitad de la vida son complejos y lentos.
En la vida social que empieza a desarrollarse está inevitablemente presente el de el establecimiento de una nueva pareja, por más que el protagonista tenga claro que va tomarse un tiempo de soltería para separar con un amplio margen la relación anterior de otra posible, que no tiene claro que se vaya a dar.

Una constante en el círculo de cada separado es la preocupación porque este “rehaga en cuanto pueda su vida”. Parece como si esta se hubiera desecho con la ruptura porque la pareja fuera el único motivo de vivir. En la vida de una persona hay distintos centros de interés que están interrelacionados aunque tienen cada uno entidad propia. Uno son los hijos, si es el caso, y otros son los amigos, el mundo laboral, las aficiones, las creencias y entre ellos destaca la pareja. Tiene una especial relevancia porque implica sentimientos muy profundos asentados en la cotidianeidad, pero en cualquier caso no es el único elemento de nuestra vida, por lo tanto, su perdida podrá afectar a los otros, mas no los deshará, la vida no se termina por la ruptura.
La vida en pareja, por más tradicional que sea, no es la única posible. Muchos, por diversas razones, viven en unidades familiares unipersonales y eso no es sinónimo de soledad. Construyen su círculo social con amigos, familiares, compañeros, y su faceta afectiva la pueden completar con relaciones sentimentales esporádicas. En unos casos se busca encontrar compañero o compañera y en otros no. En nuestra sociedad cada vez son más frecuentes estos casos donde no se considera que tenga “desecha la vida”.
Pero pongamos que una persona ha terminado una relación y no se siente bien sin compartir su existencia con otro/a. ¿Como proceder con probabilidades de éxito?
Primero, es fundamental, hay que reponerse, limpiarse de la relación anterior. Es necesario tomar conciencia del hecho, aceptarlo, desvincularse afectivamente en grado suficiente y madurar si realmente es el momento de platearse otro intento. En las primeras etapas, el sujeto es muy vulnerable a relaciones prematuras que a la postre resultaran insatisfactorias al no cumplir sus expectativas. En esa fase, en la que considero que estoy, hay que conocer el ambiente, tener una vida social si no intensa, al menos importante, con gente de diferentes círculos afines. Por un lado, la relación con los demás airea el espíritu, por otro se desarrolla una sana afectividad, más o menos profundas, pero reconfortante, y además se contacta con diferentes personas que poco a poco te hacen ver que el centro de tu vida no tiene por que ser aquella con la cual la relación se ha terminado. Ese desenganche es imprescindible.
Otra cuestión clave es que, cuando se plantee el inicio de otra relación, la persona elegida (y resalto lo de elegida, aunque ambos se elijan mutuamente) tenga un perfil adecuado, equivalente y complementario a la vez. El enamoramiento ciego es un craso error en el que nunca debe caer quien ya haya tropezado en esa gigantesca piedra: somos adultos. Antes de sacar el corazón a pasear, hay que analizar calculadoramente las características fundamentales de la persona con la que podría convivir, con esto no digo nada nuevo, pero vamos a comentarlo.
- Primero, aunque parezca frívolo, el aspecto físico ha de ser de la tipología que coincide con nuestros gustos (la otra parte se planteará lo mismo, como en todos los casos que vamos a tratar) dentro de unos amplios márgenes.
- La edad, relacionada aunque no siempre con la madurez emocional, interesa que sea cercana a la nuestra, por muchos motivos, entre otros porque una gran diferencia puede plantear problemas posteriores, cuando uno de ellos pase por etapas biológicas que el otro todavía tardará tiempo en llegar.
- Los condicionantes económico-laborales, por más que nos pese, también tienen que ser considerados: trabajo, hijos anteriores, compromisos económicos previos, etc… estatus, en definitiva.
- Debe existir un lenguaje común, dado por su bagaje cultural, incluyendo el académico. Es necesario encontrar capacidad de comprensión y eso empieza por entender lo que se dice, con que sentido, y como discurre la lógica argumental de cada uno.
- Es fundamental el carácter que permita convivir con una persona “tratable”, apacible dentro de unos amplios márgenes. En todo caso hay que evitar a alguien demasiado irritable. Detectar esto a tiempo puede ahorrar muchos disgustos, en el sentido literal de la palabra.
- Se necesita apreciar un grado de sinceridad suficiente para que genere confianza. La desconfianza impide cualquier relación sana. Cuanta más experiencia se tiene, más desconfiado se vuelve el individuo, es casi ley natural.
- Es imprescindible tener cierta afinidad por gustos y aficiones, aunque no es malo que haya cierta variedad. Puede ser complementario. Lo que no puede ocurrir es que si a un le gusta mucho algo, el otro lo deteste.

Después de esto, ya se puede confiar en que aparezca el amor, sentimiento que está mucho más dirigido racionalmente de lo que parece. En la mayor parte de las sociedades de la historia de la humanidad los emparejamientos se han hecho con intervención de terceras personas y los protagonistas han terminado amándose, o no, en el mismo o mayor grado que en la sociedad del mito del romanticismo.
En cualquier caso, hay que insistir en el momento, es necesario machacar esa idea, porque aquí, más que en ningún otro campo, las prisas son malas consejeras, y el estado emocional tan particular que se vive puede hacernos creer que la mancha de una mora, con otra mora se quita, es decir, que una relación borra los sentimientos heredados de otra relación. No solo no los borra sino que los complica hasta hacer inviable la nueva. Y tras el siguiente fracaso, otro, otro y otro. La pequeña historia de nuestro entorno está lleno de casos así. Es muy triste para la persona que lo sufre y para los que la quieren.

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