lunes, 18 de junio de 2007

Tarde de domingo


La tarde del último día de la semana se vive con la desazón propia del viaje que llega a su fin o del gasto de los últimos recursos económicos. Creo que era en Milán donde observamos que en lunes los comercios, quizás el resto de las actividades también, no abrían hasta las doce del medio día para que la gente pudiera disfrutar del domingo sin tener la angustia de empezar al día siguiente muy temprano.
Ayer domingo, una persona allegada me sugirió ir al cine junto a una amiga y luego dar una vueltecita. ¿Por qué no? Me dije, aunque presuponía que no coincidirían con mi perfil. Quedamos en la zona de la gente alternativa de la ciudad, un área recién remodelada, muy amplia, donde un grupo de músicos adolescentes afinaba sus instrumentos –guitarras, trombón, batería- para un concierto callejero del no se sabía aún su estilo.
El primer contacto con una persona no conocida cuando se hace a tres, tiene la ventaja de que inicialmente se toma al tercero como centro de la conversación, lo que facilita la fluidez del diálogo y permite ir observando y tomando el pulso. De entrada, no tenía un interés especial por aquella mujer, pero detrás de cada individuo hay una historia, y tuve la impresión de que en este caso, por las maneras delicadas, el tono contenido y el nivel intelectual que denotaba, se ocultaba alguien sensible con un pasado lleno de contrastes interesantes. Me comentó que me conocía de referencias, con lo que supuse un cierto interés mutuo, solo desde el punto de vista humano desde luego, sin más pretensiones.
La gente revela en parte su personalidad cuando opina o adopta cualquier postura. Es la otra cara del cine o el teatro, en que tienes que construir un carácter a partir de los diálogos entre personajes. Ir definiendo la imagen de alguien nuevo para ti es un ejercicio tan natural e inevitable como sustancioso si se toma consciencia de ello. Es como si poco a poco fueran apareciendo huecos ante un banco de niebla densa. Cada frase, cada actitud, añade unos trazos a su retrato.
Para todo esto, hace falta tener a punto cierta capacidad de relación, en algunos totalmente espontánea pero en otros menos desarrollada, debido a la timidez, a la tendencia a la introversión o a la falta de hábito de conocer gente nueva, carencia más frecuente de lo que pareciera. Yo me sitúo entre los tímidos, introvertidos y extrovertidos alternativamente, y que no ha cultivado suficientmente esas habilidades. Me desenvuelvo mejor con los que comparto intereses como en este caso, la actividad docente.
Noto en la contertulia cierta tensión que atribuyo a que también fuerza la interrelación, algo normal en estos casos, y que me permite pensar que no soy el único que no está totalmente relajado. La película –Memorias de Queens- distinta, urbana, descarnada, quizás no perteneciera al tipo de cine que les hubiera gustado ver, lo que me incomodó un poco a pesar de que me pareciera buena. Apenas la comentamos a la salida. Después, un largo y lento paseo por el centro de la ciudad sirve de marco para el conocimiento paulatino. Te vas enterando de su vida diaria, su trabajo, el ambiente laboral, las últimas experiencias difíciles en este ámbito, todo ello usando a la tercera paseante como espejo. Llega un momento en que la conversación adquiere carácter de confidencia, con cuestiones más “personales”, como las causas de su fracaso matrimonial y los malos momentos del periodo final, un tema que aflora enseguida entre los que andamos en estos trances. Progresivamente, la imagen se va perfilando con más nitidez, permitiendo tener una idea consistente –aunque absolutamente provisional- a cerca de su personalidad. Todo ello facilita la sintonía que va generando un sentimiento de simpatía mutua.
Esta tarde tranquila de domingo me ha permitido ser más conciente de la tendencia –y la necesidad- que tenemos de compartir experiencias vitales con personas afines aunque no las conociéramos hasta entonces. Puede ser gente sencilla dentro de su complejidad, su formación y su cultura, de la que en principio no esperarías nada si no lo buscas. Ha merecido la pena, porque este periodo es como una nueva adolescencia, donde se ha de partir de cero en muchas cuestiones, y una fundamental, no nos cansamos de repetirlo, es crearnos un círculo de amigos renovado. Gente no sujeta a los compromisos de una pareja, con libertad de movimiento y demandas parecidas. Son los impares, club al que he accedido sin haberlo solicitado. Y eso que, parafraseando a Groucho, nunca entraría en clubes a los que admitieran a tipos como yo. Es verdad, porque hace tres meses solo pertenecía a la republica independiente de mi casa, justo hasta el día del golpe de estado. ¡Ahora estoy tratando de buscar un exilio dorado!

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