domingo, 10 de junio de 2007

El encuentro



Una acontecimiento interesante de la vida es celebrar las bodas de plata… de los compañeros de promoción. Las de casado no las voy a festejar por meses, que pena. Ayer estábamos convocados a un almuerzo en un famoso hotel de la cuidad, por el “abuelo” de la clase para conmemorar dicho evento. De los cincuenta colegas, acudimos treinta y seis más algunos consortes. A la mayoría no los veía desde que terminamos los estudios, es decir, hace veinticinco años. Los dejé con veintiuno a los más jóvenes y ahora viene con cuarenta y seis como mínimo. Es una sensación increíble ver como a cada uno le afecta el paso del tiempo y de la vida. Los había totalmente reconocibles, parece que es mi caso a pasar de la traición capilar, y otros que se tenían que identificar pues, entre que no eran compañeros más allegados y que los avatares les habían marcado, quedaba menos rastro de su imagen veinteañera. También es verdad que era de la primera titulación que cursé –después vienen otras dos y estoy en la cuarta- y no me acordaba de todo el mundo aunque los viera ahora con veinte añitos.
Encontré a la gente madura, segura, con las cosas claritas, satisfecha en general de si misma y bien. Me sorprendió la gran similitud de la trayectoria de la mayoría de ellos. Trabajo estable, puestos cómodos dentro de lo que ofrece el panorama laboral, economía resuelta, casados, dos o tres hijos, alguna divorciada y vuelta a casar, dos solteras… todo muy previsible.
También sorprende la rápida sintonía que se estableció entre personas que no se veían desde hacía tanto tiempo. En vez de parecer extraños, se estableció un dialogo fluido y sincero que concordaba más con el espíritu juvenil de antaño que con el carácter bragado y retorcido de los cuarenta y tantos. Parecía que nos trasladábamos por unas horas a los frescos, blancos y limpísimos pabellones del hospital de la Cruz Roja, en los que siempre se veía el hábito blanco de alguna hermana de la cariad al fondo de sus largos pasillos. Esa sensación ya la he vivido en encuentros de grupos de amigos de la adolescencia. Estas citas, amén de dejar un grato regusto, sirven para reflexionar sobre el propio transcurso de nuestra vida ya que inevitablemente estableces comparaciones, que aunque no tengan sentido en si mismas, si sirven para dar cierto sentido a la tuya. Aparte, algunos “no comprometidos” quedamos en seguir el contacto , lo cual es prometedor en el terreno de las relaciones sociales. Luego veremos si se lleva a cabo o no.
En estos encuentros con amigos/as con otras potencialidades, se debe aclarar en cuanto sea posible que no se está buscando una pareja a la desesperada -si no es el caso y si lo es mejor seguir esta pauta también- y sobre todo no ir de victima recién herida. Hay mucha reticencia por parte de personas experimentadas que no tienen pareja a, sin haber una amistad previa y mantenida, iniciar una relación más confidencial con alguien recién separado, y tiene su lógica: va a pensar que el doliente está en una situación emocional delicada y puede tener la tentación de querer consolarse pretendiendo un compromiso afectivo más allá de la simple amistad. Y en esas circunstancias la historia suele estar abocada al fracaso. Así que, en caso de que nos atraiga una persona – lo cual no significa que se tengan intenciones más trascendentales, si no que apetece su compañía y su conversación- y queremos hacer un acercamiento con más probabilidades, no vayamos de tristes y de heridos porque la pondremos en guardia, con razón. Ya lo he notado en varias ocasiones.
En cualquier caso, escuchar la peripecias de la vida de cada uno, con sus matices y sus similitudes, me ha sido interesante porque, aunque no se escarmienta en cabeza ajena, si se van viendo pistas de lo que nos puede ocurrir. Yo pretendo con este espacio algo de eso. Si alguien cree que debe la continuidad de su relación matrimonial a lo aprendido en este blog, me alegro, pero al menos que me invite a cenar. Es lo justo.

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